lunes, 4 de agosto de 2008

Desde el café Las Heras




Apuntes sobre el ‘Diario de la guerra del cerdo’ de Adolfo Bioy Casares.


Nueve días dura la historia. La guerra del cerdo inicia dos o tres días atrás de haber comenzado el diario. Tal vez lo efímero del violento abuso de la juventud contra la vejez retrata de mejor manera los cambios y la emoción casi radical (impetuosa) de aquellos jóvenes de Buenos Aires.

Dejando a un lado el tópico de sus primeras tres novelas (en el cual ha sido enmarcado Adolfo Bioy Casares) distinguidas por un parecer de pesadilla y demasiado raciocinio en las acciones de los personajes, lo que es en ciertos momentos desesperante, en el ‘Diario de la guerra del cerdo’ lo fantástico no decae, aunque no requiera de esa magia utilizada en ‘El sueño de los héroes’, algo de oráculo que bien podría ser un cuento y no una novela; o la que divierte en la ‘Invención de Morel’ o ‘Plan de evasión’ que establece el asombro en los adelantos tecnológicos y científicos, como los nuevos juegos de los magos.

Hay algo de fantástico en la estructura narrativa, la manera como se cuenta la historia. Es un diario, no hay señales de quién es el personaje que lo escribe, pareciera que aquel escribano fuera otro de los actores, una especie de provocador de la trama, quien entra a investigar cualitativamente y hace apuntes sobre los cambios en las variables expuestas en la sociedad.

El ‘Diario de la guerra del cerdo’, cabe decirlo, es una novela paradójica. Por una parte hay temor por el espejo que son los viejos (llamados cerdos) para los jóvenes, temor a un futuro que no quieren ser. Como tampoco quieren dejar tranquilo el pasado y recordarlo, lo necesario para un cambio es eliminarlo por completo. Eliminándolo se puede construir otro sin restricciones, y para ello deben de corregir a la historia, por eso la representación más viva del ayer son los viejos, los que son ahora inútiles, su posible futuro.

Si no existe para ellos ni el pasado ni el futuro, los jóvenes quedan en un presente continuo, con los anhelos, los logros, los miedos que se superarán y los viajes a realizar protegidos en una idea o un pensamiento alentador que nunca llegará a palparse. Mejor vivir un presente que no termina, que ver despedazados o inútiles las grandes visiones.

Los viejos, habitantes de los recuerdos, de las calles antiguas con sus próceres, parques y direcciones desconocidas, anhelan su juventud para no gastarse en arrepentimientos y cometer errores que no deben de importar, por lo que se hacen más precavidos, más lentos, más cautelosos. En la vejez lo esencial es la torpeza y los padecimientos.

Pero es el amor (personaje incondicional en Bioy) quien lo salva todo. Sólo desde el amor el personaje principal, Isodoro Vidal, de unos cincuenta y tantos años, no recuerdo cuántos, replantea lo qué significa ser él y su carga completa de la vida en la serie de muertes de ancianos que inician en la ciudad. El amor es la fracción de felicidad en las desdichadas presencias de los protagonistas de Bioy Casares.

Divertida la mención del fútbol. Interesante libro por el desarrollo del tema: un grupo de jóvenes que asesinaba ancianos.