viernes, 23 de enero de 2009

La mirada y los pasos


Apuntes sobre 'Vivir para contarla'
de Gabriel García Márquez.


Las memorias de Gabriel García Márquez, ‘Vivir para contarla’, tienen ese inicio revelador de un momento único en la vida del personaje; efecto metafísico de acción y reacción utilizado en las novelas del escritor mexicolombiano, del periodista colombiano y del algunas veces joven poeta piedracielista.

Dos ejemplos claros, quizá los más conocidos: las primeras palabras de ‘Cien años de Soledad’: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”; y la de ‘Crónica de una muerte anunciada’: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros”.

La narración parte desde un punto intermedio de la vida del personaje, desde un punto intermedio de las memorias. No es la culminación total, como pareciera, de Aureliano o Santiago, sino una especie de visión en la cual se revela, sin buscar premonición conciente, de manera involuntaria, como un susto o una alegría, el destino.

En ‘Vivir para contarla’ sucede algo semejante. La madre del personaje, la madre de Gabriel García Márquez, va a buscarlo en Barranquilla con la intención de ser ayudada por él en la venta de la casa de los abuelos en Aracataca. Luego viene la retrospección para dibujar los días de infancia y en la mitad de las memorias volver a la visita de la madre.

Escoger ese momento como inicio da a conocer el episodio que origina la creación de la ópera prima de García Márquez, La hojarasca, y que sería además el génesis del mundo macondiano.

En el libro no se pierde el cruce de personajes que caracteriza la obra del escritor, personajes que saltan de una novela a un cuento, asoman un poco la cabeza o dicen alguna palabra en una historia mientras caminan hacia la suya. Además, con algunos de los episodios narrados, pareciera que ‘Vivir para contarla’ fuera otra ficción; la línea tan frágil entre realidad y lo fantástico, quizá no exista.

Inquieta la carga histórica. Los diversos sucesos de una Colombia entre los inicios del siglo veinte y principios de la década del sesenta; como es la vivencia de García Márquez en ese nueve de abril de 1948 estando él en Bogotá, o las descripciones de sus viajes en barco, en sus días de estudiante, entre el interior del país y la costa atlántica, dejando en sus palabras algunas costumbres y lenguajes de la cultura colombiana de región a región.

Están sus ilusiones, sus parrandas, sus amores secretos, su grupo de Barranquilla, sus tristezas, su pobreza, riesgos de la vida que se perfilan desde la literatura y su formación en ella, con los cuentos orales, los vallenatos, y la lectura de los escritores estadounidenses como Faulkner, Steinbeck, Dos Passos, Hemingway, queriendo develar los secretos de mago de estos gringos tan suyos y contar sus historias, como ésta, en la cual son reconocibles algunas palabras que ya hacen parte de su obra, tan íntimas y descifrables de un escrito de García Márquez. Además la facilidad para los saltos de tiempo, donde se mezclan anécdotas sobre el futuro que están después del punto final de las memorias, o regresos a la infancia para retomar algún recuerdo meritorio para articular lo narrado.

Pero parece que en cierto momento de las memorias el relato quisiera terminar rápido. Es después de la infancia, de los días en la Universidad Nacional, del volver a vivir con los padres en Cartagena luego de su paso por Barranquilla, que ‘Vivir para contarla’ adquiere cierta rapidez en la escritura donde se va alejando un poco de aquellas imágenes anteriormente construidas con mayor cuidado. Preocupado por hallar el final a la vuelta de la esquina.

El periodismo es, quizá, lo emocionante. Me atrevería a decir que las memorias terminan en el momento acertado, donde ya se ha esbozado el paso de García Márquez por el periodismo y sus preocupaciones literarias. Este es otro personaje, y resulta animoso leer sobre sus días en El Espectador, muy cerca de Guillermo Cano y Gonzalo Gonzáles, el olor a sala de redacción, recreando los capítulos de ‘Relato de un Naufrago’ para el periódico y, también, claro, sus columnas de la ‘Jirafa’ y la efímera pero preciada existencia de la revista ‘Crónica’ entre las idas y venidas del grupo de Barranquilla.

Allí, quien lea, podrá encontrar estímulo para contar historias desde el periodismo, como una gran sonrisa, como una invitación.

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