Parte I
La lengua es nuestra patria. 23 de abril
Julio Cortázar inició la investigación, dio las primeras descripciones y quizá elaboró cierta metodología para tratar de hacer un acercamiento de corte antropológico. Aunque nada de método científico, ni positivismo y Comte, ni categorías y subcategorías, cuantitavo o cualitativo que valga un interés, aún el más mínimo, explicar. Sería absurdo hacerlo e intentar un manual teórico cuyos descubrimientos alimenten los afanes de antropólogos necesitados de culturas desconocidas.
Y ese absurdo es divertido, no prohíbe, sólo le dice que explicar con psicologías o patrones de conducta las acciones de esas manifestaciones no publicadas en tratados serios es divertido como un juego; aunque mejor observarlos y escuchar sus historias para seguirlos describiendo en las suyas. Algo como un Cortázar Antropólogo sin querer serlo, disperso por varios libros con un primer referente en “Loable costumbre en Duggu Van era la de no pensar nunca antes de la acción”.
Aquí hay una idea. El cuento del cual se extrajo la frase anterior se llama ‘El hijo del vampiro’ del libro ‘La otra orilla’, y antes de nombrar ‘Historia de cronopios y de famas’ el lector ya sabe el tema que nos compete.
Al igual que en esa descripción de la manera como el vampiro Duggu Van lleva a cabo sus acciones, donde la palabra ‘loable’ es el punto a descubrir para reconocer a quienes Cortazar llamaría Cronopios (porque escribir esa frase sin loable sería dar un hecho sin asombro y lleno de errores que el personaje y lector sentirían como nefastos en las acciones futuras del relato y no una bella manera de actuar) en el mismo libro encontramos una tarea sobrecogedora y molesta a la vez, la descrita en el cuento ‘Los limpiadores de estrellas’ “El cepillado de las nebulosas permite a éstas ofrecer a los ojos del universo la gracia constante de una línea en perfecta mutación, tal como lo anhelan poetas y pintores”
Con sólo pensar en una compañía dedicada a devolverle la luminosidad a cada estrella del firmamento, el lector dibuja una sonrisa de extrañamiento en su rostro y hace una lectura agradable en la cual la suma de 1 más 1 puede ser incierta.
Pero no hablemos acá de lo fantástico en la literatura de Cortázar, hablemos de un estado del alma y visión de la realidad descubierta entre esas líneas, la cual no se explica, sólo se describe y en muchas ocasiones alguien puede encontrarla en ciertas personas; digamos recoger hojas amarillas de un árbol y llenar los bolsillos con ellas para luego dejarlas en una maceta esperando no sé qué, soñar los sueños y al final de ellos ver los créditos y nombres de personajes con productora y copyright, pensar en un sabor a colada de fresa mientras se pasa por algún lugar, suponer los días por colores y no por nombres o hacer dibujos de líneas para explicar cómo escribe alguien. Situaciones así tan naturales como cuando pronuncian un hola o cruzan la calle, sin forzarlas, sin conceptos prefigurados, menos mal, por el intelecto, la crítica y una serie de libros leídos, personas ya con la poesía en sus manos, poco necesitan buscarla y perseverar en el hallazgo de esos ríos metafísicos donde la Maga nada sin saber que está allí.
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