martes, 15 de julio de 2008

De zapatillas y señales

Vive en las calles. Un tercio de su hígado pereció de tantos viajes nocturnos al bar que nunca cierra. Mantiene la costumbre insana con el tiempo de querer llegar antes que él. Prefiere más el punto que a la coma. Le encanta ser inoportuno y descubrir que no lo quieren, ha hecho bien su oficio. Piensa que cualquier caso tiene una pregunta necesaria y una respuesta lógica. El ocio y el trabajo le parecen iguales. Es adicto a la incredulidad. Refutar a la Real Academia de la Lengua le es una herejía. Conoce de memoria todos los posibles conectores gramaticales. Sabe que existe un Manual pero nunca lo ha leído. Siente la realidad como una carga de anfetaminas. Duerme como Argos. Olfatea lo secreto. Detesta los horarios básicos. Reconoce la posibilidad del no lucro. Recuerda a sus antepasados como seres románticos y perdidos entre el humo del cigarrillo, la máquina de escribir, el mal humor por el cierre dentro de media hora y un divorcio encima. Maldice la parsimonia. Le gusta correr aunque no hace ejercicio. Mira a los ojos aun sintiendo confianza. Viste con defectos de pulcritud. Muere queriendo nunca pensionarse. Aprovecha su oficio para cualquier labor burocrática personal. Le gusta coleccionar nombres y teléfonos. Le daría pavor vivir en paz. Quiere tumbar a un presidente. No tiene problemas de dinero porque sabe que no tendrá siempre el suficiente. Ser amenazado o exiliado es su mayor condecoración. Vomita cada fin de semana. Es impulsivo. Impaciente. Inflamable. Deshonesto consigo mismo pero no con el mundo. Maniático de párrafos con cinco renglones y perteneciente a un gremio de voces que apagan por su cortante claridad.