martes, 9 de febrero de 2010

Vuelta de hoja


Sería mejor no poder ir a los pueblos.
Sería mejor no tener que matar a nadie.
Álvaro Cepeda Samudio.
La casa grande


Llegamos a San Juan por la tarde, a eso de las tres cuando el calor es tan pegajoso en esta región. No había nada de malo en descansar después de buscar a los guerrillos cerca a las plantaciones de banano, y entonces muchos de los lanzas nos tiramos en una casona con sombra grande para fumar. El pueblo era como los otros: cuatro calles largas con casas viejas que daban a la iglesia y ahí el parque, solo, era la hora de la siesta y si había más de cinco personas por fuera estoy mintiendo. Cerca de nosotros pasó una hembra en bicicleta, y hombre, hace rato que ni en fotos veíamos una, entonces nos acercamos a ver si soltaba algo, pero dura la vieja esa, se creía mucho y pasamos en limpio. Para mi era el verano lo que nos tenía así de arrechos, porque la pelada no aguantaba, pero eso uno sigue el dicho de que en guerra cualquier hueco es trinchera y nosotros andamos detrás de un grupo de guerrillos, entonces sí se podía hacer la maña a ver qué con la hembra, y nada, como le dije, ni una sonrisa para este soldadito.
Eso sí, cuando cae el sol la gente sale de sus casas. Yo pensé que al vernos se iban a asustar o algo, preguntarían pendejadas y hasta se esconderían al encontrase con nosotros en las caminatas diarias. Eso no pasó, no decían ni preguntaban, como si nosotros fuéramos del pueblo. Mi cabo me dijo riendo que yo era nuevo y no entendía. Ver al ejército, los paracos o la guerrilla por acá era normal, mejor me relajara y aprovechara algo porque para rato sin operativos estaríamos ahí hasta que el capitán mirara cómo solucionar la cosa. Sólo unas peladas se acercaban y hablaban con algunos de los lanzas en posición de guardia en el parque, les tocaban esos rifles con unas ganas, se les arreglaban para hacer conversa ahí, risas, invitaciones a la casa, meneando el cuerpo y viendo sudar a los lanzas, no tanto por ellas, si no por el berraco calor que en las noches era más jodido.
Los días en San Juan eran eso: estar ahí por las calles de vagabundos, sentados en el parque, en la sombra de una casona, tratando de acomodarse al clima para hacerlo menos sufrible, comiendo lo que se podía, sin hablar con nadie, nadie lo hacia con nosotros, sólo las hembras que venían buscando al Lanza Morales, o al lanza García, hasta a mi cabo, quien lo viera tan cagada y serio, estaban fichadas y suerte, esas eran las buenas. Y también las otras tenían su pareja, y nosotros seguíamos hablando de la casa, del barrio, de salir rápido con un permiso para visitar a la familia, de la novia allá esperando, que cuántas ganas de hacerle el amor suavecito y tener un almuerzo de cocacola con arroz chino o el sancocho de la vieja, poderoso, pero poco de guerrilleros, ni de los que perdimos de vista por las zonas bananeras; para qué hablar de eso, en algún momento aparecerían unos y tenga, les caeríamos en emboscada, un buen reporte, mi coronel. No nos preocupábamos mucho por las palabras de mi cabo y lo que les conté a ellos: mi capitan andaba dándole mente al problema. “eso vamos a legalizar a cualquiera” me dijo uno de los lanzas y no entendí nada, claro, como soy el nuevo en el pelotón me dejaban paila, pero fresco, de ahí no pasó la charla.
A los cinco días de estar mamados de hacer nada en San Juan (una cosa es hacer nada en la casa, allá en el barrio, relajado viendo las películas del domingo o jugándose un chico, sin ganas de volver al acuartelamiento, y otra es por acá, aguantándose este sol en un pueblo que se recorre en cinco minutos y pidiendo a ver si caía lluvia o nos daban la orden de marchar porque la modorra era cosa seria) llegó mi capitán y nos reunió a todos en el parque, donde estaban nuestros cambuches, y nos dijo del llamado desde el Batallón de Infantería N. 31, donde debíamos pasar revista como soldados de contraguerrilla (eso a mi capitán le gusta decir todo, muy educadito él) para informarle que andaban preocupados por nuestros pocos resultados en dos meses de patrullaje, si no le apurábamos nos dejaban sin los días libres. ¡No, las güevas! la cosa estaba maluca, uno sin ver a la familia por tanto tiempo, unos a los hijos y la señora, y otros, como yo, a la vieja y a Jazmín allá saliendo del colegio con su minifalda, para recogerla, invitarla a un helado y llevarla por la noche a una que otra rumbita; estábamos desanimados. Tanto aguantándose las noches con mosquitos, las guardias y los azares en medio de plátanos sin poder ver un culo y pilas que salen guerrillos o paracos, bueno con los paracos no hay… digo, uno no aguanta mucho si no se imagina lo que va a hacer en los días libres, una esperanza. Nos pusimos fue a echar madres y alegar por la situación, pero mi capitán dijo que si queríamos, sabíamos de una solución, y de nuevo lo de ‘legalizar’, algo que no entendía muy bien y nadie me explicaba así preguntara, sólo se reían, hasta mi capitán lo hizo cuando le hablé sobre eso. No más me tomó del hombro y me hizo saber de la ‘legalizada’ como la única salida si queríamos irnos la semana próxima para las casas. Entonces de una, contesté, y conmigo todos los lanzas y mi cabo. Así que mi capitán nos dio órdenes, según él estábamos era de buenas, empacar y estar listos para caminar unas dos horas hacia una vereda donde había un grupito apenas. Eso misma noche nos fuimos pensando en una emboscada.
“Recuerden, son guerrilleros, son guerrilleros” nos decía mi capitán al avanzar y ese cuento de legalizar era ya normal porque todos le decían “ajá, guerrilleros”. Entonces me puse a pensar en lo de buenas de haber encontrado a esos tipos, uno nunca sabe, quizás eran los que se nos habían volado y eso le comenté a mi cabo, y claro, me dijo “si, no había de otra” Al rato, como a la hora y cuarenta de caminata, nos separamos en dos grupos y a mi cabo, el líder del que me tocó, el primero en atacar, mi capitán le pasó dos Ak – 47, unos banderines qué sabrá dios y tres granadas de fragmentación confiscadas en la emboscada a los guerrillos volados. Era una noche bonita, estrellada, como para relajarse en el parque de San Juan y mirar hacia arriba, sin hacer nada más. Hace rato no nos había tocado una noche así, eran siempre nublosas y con aguaceros del putas, o sin una estrella y llenas de calor, pero esa, con tantos puntos brillando como pegados en un techo igualito a los stickers fluorescentes de mi hermana en la pared de su cuarto que alumbraban en la oscuridad, un parche, quedarse ahí mirando.
Por andar pensando en maricadas y estrellas, me regaña mi cabo, y por estar dizque mirando al cielo como un pendejo me pone en primera posición para salir y rodear la casa que se veía alumbrar entre la maleza. Habíamos llegado y ni cuenta me di. Por eso me tocaba salir de primeras con mi lanza Pérez, él tenía terciadas las Ak-47 y guardaba los banderines y a mi me pasaron las granadas. La orden no se hizo esperar, “recuerden, son guerrillos, hay que legalizarlos” dijo mi cabo apenas íbamos a salir de la maleza para buscar una entrada a la casa, donde parecía haber como una fiesta porque se oía un bullicio, y a mujeres bailando. Yo le dije eso a mi lanza Pérez, lo de las mujeres, apenas cruzamos una platanera, un corral de gallinas y nos recostamos en la pared de la casa debajo de la ventana, pistieando una que otra vez el movimiento en el interior. Pero nada, me dijo mi lanza, en la guerrilla también hay hembras, y muy cagadas, guevón. Está bien, está bien, le hice caso y me movía cuando él se movía, yo nunca había estado en una misión de legalizar, aunque me daba cagada con las hembras, hasta ahora no había encontrado guerrillas, y pegarle a una mujer… , mejor no pensaba en eso, en el ejército órdenes son órdenes y la otra vez en un pueblo, no San Juan, otro, uno con televisor, escuché al presidente decir que eran terroristas. Pero entonces pensé que unos pasaban de largo como campesinos, no tenían pinta de nada, sólo de campesinos, los de la casa eran así, quién iba pensarlo, si yo estuviera solo y los viera ni me daba cuenta, lo que es la inteligencia militar hombre, vea, muy vivos los hijueputas, en verdad, ahí comprendí que a uno le falta es experiencia.