lunes, 24 de agosto de 2009

Borges y revolución

Apuntes. Parte uno

“Un número bonito para hacer una nota” diría mi ex jefe de redacción: 110 años. Valores cerrados en múltiplos de cinco, ese es el número bonito, y aquí quien lo representa, Jorge Luis Borges. Un siglo y una década que nos separa de su nacimiento un 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, Argentina. El propósito no es colmar este escrito con referencias y bibliografía Borgeana, sea del mismo escritor o de otros autores, el propósito es revelar el por qué de mi intereses por su obra. Nos equivocamos a veces con la apariencia, entre nosotros fácilmente es posible hacerlo.

Tanto Asturias, como Rulfo, o Carpentier, inclusive Machado de Assis mucho antes que los anteriores, allá en el siglo XiX, encontraron una manera de resaltar la cultura latinoamericana, desde la literatura, en el mundo. Digamos que hubo cierto reclamo para leernos en otras latitudes diferentes a las nuestras, voces encontradas sobre lo que somos. Se dio entonces una nueva mirada a nuestras prácticas que poco o nada tenía que ver con el estilo costumbrista, a pesar de tratar a Latinoamérica, el cómo y el por qué se cuenta cambia, situación que no inició con el llamado Boom Latinoamericano, mejor, con los escritores enmarcados dentro de tal catalogación: Márquez, Cortázar, Donoso, Fuentes, Vargas Llosa, recordando a los populares. Esta visión de universalidad en las formas de narrar, buscó la interpretación, en la mayoría de los casos, de aspectos políticos unidos a la cultura de cada región, de otra manera, la representación de un contexto histórico del centro y sur del continente unida a la mitología y lo cotidiano: lenguaje e imaginación es, como diría Fuentes, características de la literatura, y las jergas, las palabras, y con ella la invocación de magias y situaciones, representan toda una realidad, una transversalización donde nada es falso, como los terratenientes y la magnificación de la muerte en Rulfo, las visiones de un dictador-espejo a lo largo y ancho de la larga América en Asturias, o la música y la arquitectura unida a la cultura en lo real maravilloso en Carpentier. Dirán quienes saben sobre cambios de modernidad a posmodernidad, o de modernismo a vanguardias. Lo cierto es que las costumbres se narraron de otra manera.

Borges también lo hizo, y en esa imagen austera y gris del argentino, tan propagada por nosotros (qué ideas nos lleva a pensar eso, su timidez? sus nada poemas comunistas, antes escribió dos poemarios con perspectiva a Rusia y Lenin en su juventud, ahh no, claro, su forma de expresarse, o sus ideas de la política, triste, las dijo, luego se arrepintió de ello, las contradijo, pero poco importan en un hombre que alguna vez señaló que no le prestaran atención a sus palabras) podemos encontrar algo muy diferente. Se le clasifica como un inglés del siglo XIX perdido en pleno siglo XX, o de falto de compromiso político, puede ser verdad, pero tales concepciones de su obra y vida no son una simple fijación snob. Algo anglosajón debió quedarle de su infancia en una biblioteca inglesa, compartiendo dos idiomas con abuelas de diferente origen, eso no puede juzgarse, como tampoco los casi invisibles rasgos políticos en sus cuentos, ensayos o poemas. Aquello del llamado compromiso social del escritor, encapsulado más que todo, en pleno furor ideológico del siglo XX, por unos tantos que entendieron la revolución cubana, la generación del 68, la llegada de las teorías Marxistas al continente, el hipismo, la conformación de guerrillas y con ellas un utópico mañana de bienestar, como una simple moda irracional, es un límite de la moralidad absoluta para la manifestación del arte. Por no apoyar, Borges era lo más seco y frío de los escritores. ¿Pero cuál es la revolución de la literatura, de los artistas?, ¿acaso es social en el sentido político? Creo que está, primero, en la utilización del lenguaje, y con ello, en el ejercicio del pensamiento y la imaginación desatados de paradigmas, un cliché, claro, pero ahí está latente, y Borges lo hizo, trayendo uno de los mejores libros de lo que muchos llaman la poesía Urbana, el juego con la ciudad, sus esquinas y coincidencias de rostros, tema tan aclamado por autores contemporáneos, interesados en contar historias parciales, sin pretensiones absolutistas, solo contar, además el mayor interés por la crónica como manera de observar la ciudad, con sus andenes, luces, personajes, noches, bares, música, una glocalidad abarcada por muchos estudiantes de periodismo con sus crónicas, o por jóvenes llenos de cuentos o poemas por escribir que ya tuvo buenos resultados anteriormente. Acá, Vidales o Tejada, antes de los cronopios de Cortázar, quien es un antropólogo y descubrió tal origen de los dos escritores colombianos. En Argentina, Roberto Arlt o Borges, el ejemplo es meritorio, sino que lo diga Alfonso Reyes: ‘Fervor de Buenos Aires’. Este libro de poemas de Borges es una caminata por callejuelas y barrios de la capital de Argentina donde el lenguaje está entregado a la nostalgia y la mitología de objetos y situaciones que podrían ser triviales, un asombro sobre el atardecer, las mañanas, las formas de las rejas tocadas por la luz, el amor en alguna esquina o la magnificación de ciertos lugares como sería una carnicería. Juega una visión de la ciudad, desapegada del estlo costumbrista y dándonos cierto ámbito inefable, una inmensa alegría de lo que realmente es leer: descubrir lo oculto detrás de las palabras impresas con tinta negra sobre el papel.

La nota, creo, irá por partes; quiero contar más y no me salió de un tirón. Tan simple como lo leen.