viernes, 20 de marzo de 2009

“Que muchas flores aparezcan en tu camino”




Apuntes sobre '300 días en Afganistán' de Natalia Aguirre ZiImermán


Los Expats viajan a Afganistán en septiembre de 2003; son la nueva ayuda designada por Médicos Sin Fronteras al grupo de Francia en este país islámico, así que se les conocerá como MSF France. El destino es la capital, Kabul, donde se reunirán con el grupo de médicos que ya desempeñan sus funciones en la ciudad. Los Expats vienen de Francia, Holanda, Nueva Zelanda, Alemania y Colombia. El Expat colombiano es una ginecóloga antioqueña, la única de un país latinoamericano en la labor; y ellos son Expats porque son Expatriates, porque son foráneos.

Su nombre es Natalia Aguirre Zimerman; es la colombiana de MSF en tierras de persas. En el 2004, Natalia pudo leer sus cartas de correo electrónico, donde narra su experiencia en Afganistán por casi un año, desde septiembre de 2002 a julio de 2003, como parte de una ONG extranjera y visitante cotidiano de la cotidianidad de los afganos, compiladas en un artículo para la revisa El Malpensante y luego en un libro que nunca pretendió serlo: ‘300 días en Afganistán’.

El libro es una buena crónica; una exploración íntima, antropológica, de los rostros, olores, lugares, sonidos, música, miedos, alegrías, lenguajes, diferencias y similitudes que en casi 300 días de residencia en Kabul, la autora describió e interpretó en sus cartas sobre su vida, su labor y su acercamiento a la cultura afgana.

Quienes lean ‘300 días en Afganistán’ encontrarán la falta de hilo conductor, de un dispositivo prediseñado, que enlace cada historia narrada. Son miradas y asombros independientes, sin ninguna intención de la autora por crear un libro; lo que en vez de quitarle ritmo e interés lo hace más fascinante al mostrar en cada vuelta de hoja otro fragmento de Afganistán y su existencia, como algo que sucede y es diferente cuando se dobla en la esquina y la escena anterior queda latente pero ahora podemos ver otra frente a nuestros ojos. Es una sensación de libertad, de ser, en el momento de la experiencia, quien caminó por los días y las noches, el azar continuo, en tierras de afganos y encontró la historia sin ninguna intención de buscarla; ese feliz impacto que no muestra tintes de que será.

Aún así, las pequeñas crónicas, dentro de la gran crónica, no son desmemoriadas. En algunas se retoman ideas de otras por la situación que amerita, ya sea que algunos personajes o lugares aparezcan, o porque es necesario aclarar ciertas costumbres. En cualquier caso, es lo que en cada día aparece lo que alimenta estas relaciones.

‘300 días en Afganistán’ es un libro sin pretención editorial. La autora no deja a un lado sus reflexiones personales, y se nota al reconocer que ella también hace parte de lo que sucede, en algunos adjetivos de corte antioqueño, en sus preferencias, en sus cuestionamientos, en su convicción de que Afganistán y Colombia son similares. Además muestra la esencia humana de los afganos, desconocida gracias a la labor mediática, etiquetados en un imaginario global como terroristas despiadados en su totalidad.

Es un libro colorido, con la evidencia de la guerra que inhala este país persa, a los afganos no les gusta ser llamados árabes, con el régimen Talibán respirando por toda su tierra, con las minas dejadas por Rusia a lo vertical y horizontal, con la pobreza y mala salubridad destilando, con la poca educación y el fundamentalismo religioso; es un libro colorido, donde los afganos leen poesía sentados en una colina, las mujeres hablan y ríen desnudas en los baños turcos, la moda no tiene límites occidentales y es la completa libertad, las flores son un embrujo alegre, las burkas azules contrastan con las negras de Irak y los paisajes grises y cafés, las familias sienten que no pueden vivir lejos de su tierra, creen en ella y son felices de sentirla, y el color de ojos de los afganos es tan vivo y diverso, con rayitas violetas a su alrededor que parecieran ser trazadas por la misma mano de la poesía.

‘300 días en Afganistán’ demuestra que el periodismo es más pasión que técnica, felizmente.